Desde hace algún tiempo he podido profundizar y aprender muchísimo sobre comunicación animal de la mano de Asi Hidalgo (Hijas de la Tierra) y Olga Porqueras (Tama’s Essences) así como en las enseñanzas de Temple Grandin (en su vertiente sobre la comunicación y el autismo) y Penélope Smith, y cada vez estoy más cerca de comprender la esencia del hecho comunicativo interespecies: el amor.
Hay algo fundamental e importante en el hecho de compartir la vida con un animal (independientemente de su especie), y se basa en la necesidad de la mutua comprensión. Como en toda relación, es muy importante partir desde la empatía y desde la escucha activa. Hay que pensar como nuestro compañero animal, no como humanas, y eso siempre supone un sobreesfuerzo en nuestra ajetreada vida. Se trata sobre todo de imaginarnos en un entorno a veces hostil, extraño y que no está acomodado a nuestra naturaleza: así es como se sienten la mayor parte del tiempo nuestros peludos, emplumados y acuáticos amigos.
A pesar de que la mayoría de especies que conviven con nosotros llevan cientos de años tristemente domesticados, su naturaleza es totalmente opuesta al tipo de vida que les estamos ofreciendo diariamente. Sí, a pesar de las comodidades, el amor, los cuidados y la atención que les profesamos, ellos y ellas no están absolutamente realizados como seres. Podemos trasladarlo a nosotras mismas: desempeñamos a diario trabajos, vidas y circunstancias que a pesar de que nos ofrecen cierta estabilidad, comodidad y recursos, no nos hacen realmente felices. Esto es, no tenemos tiempo para dedicarnos a lo que realmente nos gusta, desearíamos vivir en un entorno más acorde con nuestro ser interior o, simplemente, nos da la impresión de que estamos viviendo totalmente separadas de lo que somos realmente. Nuestros animales de familia se sienten de similar forma, y es que han hecho un esfuerzo evolutivo, emocional y físico considerable para adaptarse a nuestra impuesta forma de vida.
El deber del ser humano como especie provista de conocimiento y conciencia es aprender del resto de animales y conocerlos para mantenernos en un planeta más justo, equilibrado y sano. Como afirmaba S. Agustín: «No es posible, en verdad, amar una cosa sin conocerla.» Jacques Costeau también dijo: «La razón de que haya hecho películas sobre el mundo submarino reside simplemente en mi creencia de que la gente protege aquello que ama. Pero sólo amamos aquello que conocemos«.
En la mayoría de las ocasiones, los problemas de comportamiento y agresividad de nuestros animales de familia son simplemente respuestas inadecuadas o descontroladas a situaciones o cambios en su entorno que les producen miedo, incomprensión o tristeza. La buena noticia es que este tipo de conductas son fácilmente solucionables estableciendo una comunicación adecuada con la persona responsable (en esto nos puede ayudar una buena comunicadora interespecies) y con el apoyo de las terapias naturales. Evidentemente, si nos hallamos ante un problema de salud, primeramente debemos procurar cuidados veterinarios, pero no olvidemos que ellos, como nosotros, son seres integrales, personas no humanas con emociones, necesidades afectivas y de seguridad y, lo más importante, con un lenguaje propio que debemos conocer y respetar para convivir juntos en armonía.
Un ejemplo de nuestra manipulación nociva la encontramos en los perros o los caballos, animales de manada, para los que sus relaciones entre iguales son sumamente importantes y definitivas para formarse individualmente, así como para sentirse amados y protegidos. El ser humano les mantiene normalmente alejados de esa posibilidad. No hay nada más triste que el can tirando locamente de la correa para poder acercarse a saludar a un congénere por la calle, también retenido fuertemente por su humana taciturna y sin ganas de socializar con otro dueño de perro. Lo natural para ellos es saludarse, saber qué lugar ocupan y si se gustan, jugar alegremente. O en el caso de los caballos, normalmente confinados en espacios reducidos, atados, inmóviles y sin poder acercarse a otros caballos que aman o que son de su confianza. Pasan horas en sus cuadras, sólo siendo liberados para ser usados como monta o tiro, y viviendo en condiciones totalmente alejadas de lo que son. Podríamos continuar con múltiples ejemplos: la crueldad de mantener en cárceles-piscina a animales libres y de grandes espacios como los delfines y otros cetáceos, obligados de maneras nada éticas a realizar piruetas a cambio de poder alimentarse. O el trato que recibe el ganado, animales considerados cosas que no merecen ningún trato favorable, ya que al fin y al cabo van a ser sacrificados. Encierro, soledad, malos tratos, comida de mala calidad, manipulaciones salvajes, oscuridad, miedo constante. Y todo porque nuestra especie ha decidido alimentarse y cosificar sin control ni sensibilidad a esa otra especie, a la que consideramos inferior, mercancía y producto. Abominamos de culturas ajenas que maltratan y devoran animales domésticos, pero la nuestra hace lo propio con los animales tipificados como de granja. Perdemos el respeto ético a las formas de vida que creemos menos importantes o que nos sirven y acabamos siendo la especie más cruel, depredadora y creativa para infligir sufrimiento. Para dar respuesta a nuestra comodidad, diversión e interés económico, cada día millones de animales padecen tratos terribles y son asesinados de manera cruenta. Partimos desde la deforestación y la destrucción de hábitats que están esquilmando numerosas especies, pasando por la monstruosa industria ganadera, las tradiciones y eventos «culturales» que emplean animales, hasta la comercialización de animales exóticos y «domésticos» para nuestro uso y disfrute privado. El canal de comunicación, pues, es inexistente. Nos volvemos sordos y ciegos a los otros seres, y con ello nos tornamos peores personas. Sí, aquellos que
maltratan animales pueden ser maltratadores de personas. Hay una falta de sensibilidad tan grande en un niño, joven o adulto que daña a otro ser que no se puede esperar de esa naturaleza nada más que violencia, odio, necedad y egoísmo.
Es por eso que creo que urge trabajar e integrar en escuelas e institutos una asignatura obligatoria para poder mejorar las relaciones, las habilidades y educar la sensibilidad y el respeto hacia todos los seres vivos, sin distinción. Alentar a los niños y niñas a perseguir palomas, pisar caracoles, patear perros si molestan, asustar a los gatos, visitar el Aquarium, normalizar la aparición de animales en espectáculos por diversión, y exponerlos a la violencia de festejos taurinos, es destruir completamente su innata capacidad de amar, dar y recibir ternura y estar a la escucha. Eso es arrebatarles la inocencia y la bondad.
Lo normal en la infancia es ir al Zoo, pero recordemos que lo excesivamente convencional, correcto y normativo daña a las personas, las encierra. Sobre todo a nuestros niños y niñas, que como pequeña especie que son, pequeño pueblo sin voz propia, dependientes como los animales de nuestra voluntad y acción, nos atrevemos a manipular, a destrozar su transparencia y su afectividad. Nuestros prejuicios les impiden ser felices, les crean complejos y problemas que no entienden y no saben resolver. Nuestra prepotencia adulta les aplasta contra el suelo, patologiza la diversidad y los encadena junto a nosotras. Seamos felices, libres y amorosas como padres, madres o educadores. Eso es nuestra responsabilidad, no regalarle el último modelo de juego electrónico, que le saturen las actividades extraescolares o que disponga de ropa de marca. Hagamos bien nuestro único trabajo: amarles y dejar que amen y comprendan. Como escribía Fito Páez: «¿Quién dijo que todo está perdido? Yo vengo a ofrecer mi corazón.» Hay alternativas para mostrar a nuestros hijos, alumnas o sobrinos la belleza y la realidad del mundo animal: santuarios, protectoras, películas, centros de recuperación de especies, cuentos antiespecistas o documentales. Del mismo modo, deberíamos poder establecer herramientas de control y canalización de agresividad, priorizar el trabajo con emociones y analizar cuidadosamente a las personas adultas que rodean a un niño o a un adolescente cruel. Uno de los principales frentes de la lucha animalista es exigir por fin una ley de protección animal amplia y que reconozca la categoría de «personas no humanas» a nuestros compañeros de planeta. Y que las agresiones, violencias, muertes e injusticias no queden impunes, que se castigue duramente y de modo administrativo y penal a aquellas personas que vulneren los derechos animales. Hay que seguir luchando en temas políticos y sociales para ampliar conciencias, establecer prioridades y establecer mecanismos de protección eficaces.
Una de las partes más fundamentales de los contenidos en los cursos de Animal Communicator es la recuperación del recuerdo de conocimientos. Retornar con ahínco y alegría a nuestra niña interior, recordarla, porque ella sí sabía hablar desde el corazón, sin prejuicios, vergüenzas adultas ni cortapisas. Todas nos hemos descubierto en nuestra infancia hablando tiernamente con un pájaro, con un perro, con una hormiga. Y eso es la base de todo lo que nos ocupa, porque si nos preocupamos de escuchar activamente y establecemos puentes de diálogo con nuestro entorno, eliminaremos el miedo a lo desconocido, conoceremos la diversidad del otro ser, y por tanto, seremos incapaces de dañar. El resultado es que por fin formaremos parte de un todo que nos acoge, enseña y cuida: la Naturaleza, nuestro hogar, nuestra esencia. Acabo con este fragmento de la preciosa carta del jefe Seattle, de la tribu Suwamish al presidente de los Estados Unidos, Franklin Pierce, en 1855.
«¿Qué es el hombre sin los animales? Si todos los animales se fuesen, el hombre moriría de una gran soledad de espíritu, pues lo que ocurra con los animales en breve ocurrirá a los hombres. Hay una unión en todo.
Ustedes deben enseñar a sus niños que el suelo bajo sus pies es la ceniza de sus abuelos. Para que respeten la tierra, digan a sus hijos que ella fue enriquecida con las vidas de nuestro pueblo. Enseñen a sus niños lo que enseñamos a los nuestros, que la tierra es nuestra madre. Todo lo que le ocurra a la tierra, le ocurrirá a los hijos de la tierra. Si los hombres escupen en el suelo, están escupiendo en sí mismos.
Esto es lo que sabemos: la tierra no pertenece al hombre; es el hombre el que pertenece a la tierra. Esto es lo que sabemos: todas la cosas están relacionadas como la sangre que une una familia. Hay una unión en todo.»
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